Por Elena Herbón Wedeltoft
La instalación de una escuela Waldorf en la tierra es un “acto solemne de orden cósmico” (Rudolf Steiner). Lo que como idea surge de un impulso espiritual, y se convierte por el impulso volitivo en un lugar que trata de responder a las necesidades de la época evolutiva de los humanos que crecen, debe ser vivido por los adultos y maestros que constituyen ese organismo vivo que es la escuela, de una manera consciente, reflexiva y nueva en su concepción. El foco de luz que logremos formar, acompañará a los niños y jóvenes tanto como la tarea educativa en sí misma.
Partes de Interacción
Dentro de la totalidad de este organismo, podemos distinguir las diferentes áreas que se manifiestan también en cada uno de nosotros como seres humanos: Pensamos, Sentimos, Hacemos. Sistema cerebro-neurosensorio, sistema rítmico-pulmón corazón y sistema metabólico motor – metabolismo – movimiento.
Como individualidades nos ubicamos con mayor o menor claridad en aquello de: ¿Qué pienso de ésta o aquella cuestión? O ¿Qué siento con lo que me pasa? O ¿Qué hago para enfrentar un problema? Y decidimos. Y, a lo mejor, ojalá, nos damos cuenta de cómo afectan a los demás nuestras acciones.
La Escuela como reflejo
En el ser escuela, en la individualidad “Clara de Asís” también se viven las tres áreas. Y es aquí donde mas debemos trabajar pues al no haber un director o presidente, o lo que sea, en este organismo vivo cada órgano debe cumplir su función de salud, si se puede, o salir a producir defensas si el organismo lo necesita; leucocitos, cortisol, serotonina, etc., en nuestra comparación. La sanidad del organismo debe ser cuidada, recreada, renovada. Con entusiasmo los adultos que en el presente conviven y preparan el futuro tienen por delante un desafío: convertirse en actores de una nueva forma de interactuar.
¿Cómo lograrlo?
¿Quién y cómo sería conveniente que actuara o se activara ante una determinada situación?
Veamos: la escuela es como un sistema planetario, tanto como nuestros órganos lo son en nuestros cuerpos. Por ello tenemos que estar atentos a nuestro propio movimiento, al movimiento del otro y al movimiento de todo el sistema –organismo-.
Cada uno de nosotros: adultos, padres, maestros, estamos en completa inclusión cuando “hacemos” escuela y ello determina el rol a cumplir.
Los maestros, como pedagogos – administradores, ven las necesidades, logros y fracasos del trabajo. Los padres, como integradores de este orden social, se mueven en función de apoyar, fortificar, acompañar el movimiento.
Cambiamos ideas en el diálogo, en los encuentros padres-maestros. Pensamos, compartimos ideas, nos asesoramos, lo vemos desde varios puntos de vista, luego evaluamos. Sentimos que es lo mejor, nos comunicamos. Luego hay que pasar a la acción. ¿Quién lo hace? ¿Por cuánto tiempo? ¿Se cumplió la misión? ¿Hay que entregarla a otro?
Cómo responder a las necesidades
Los maestros piden a los padres cumplir la función que el organismo requiere en franco intercambio de ideas. Y así como en el propio organismo la vesícula se activa ante una necesidad, y luego se tranquiliza y relaja cuando el problema pierde su carácter de agudo, también el padre, o la comisión formada, puede relajarse y seguir orbitando en armonía. La “comisión” pensó, sintió y realizó los pasos pactados. Se relaja.
En mi imagen ideal veo los egos retroceder, el amor propio aquietarse, y como en un coro u orquesta dar lo mejor de cada uno para, entre maestros y padres, formar ese foco de luz que refleje el “acto solemne de orden cósmico” que está en el mundo superior. Nos imagino a todos como luciérnagas que en su brillar y opacarse, mantiene siempre la maravilla de una luz viviente. Eso queremos crear, vivir y mantener para nuestros niños y los que vendrán.
(Foto de Loli Calcagno)