La enfermedad pertenece a los hechos posibles en la vida del hombre. Llega inesperadamente y así se la considera: algo casual, fortuito, surgido sin propia participación.
En el siglo pasado se buscó la causa del enfermar en tres grandes direcciones: una exterior, con la teoría de la infección; otra interior, en la competencia inmunológica; y la tercera, hacia el pasado en el material heredado y luego en la genética.
¿Qué tienen en común estos tres enfoques?. Que nacen de una medicina física y técnica basada en la observación exterior del organismo, en los fenómenos físicamente visibles. Esto ha demandado enormes esfuerzos y recursos. No se pregunta: ¿Quién elige determinado caudal genético?, o ¿Quién es capaz de transformar emociones en anticuerpos?.o ¿Quién ha preparado este terreno o suelo propicio?. Esta concepción supone el hombre como un ser biológico natural en el cual las funciones anímicas superiores serían parte de un complejo “mecanismo” cerebral.
Antroposofía: una ampliación
La Antroposofía reconoce en el hombre además de un cuerpo física, la vida que lo penetra, el alma y el espíritu o Yo. A las funciones vitales de crecimiento, nutrición, reproducción, agrega la actividad del alma (sensaciones, sentimientos, deseos, impulsos) y la actividad espiritual del pensar. Vida, alma y espíritu son realidades no visibles a los sentidos comunes, pero sí comprensibles por sus efectos a través de un pensamiento sano.
Es fundamental conocer que el desarrollo normal del alma y el espíritu se realiza en procesos opuestos a la vida, que generan desintegración orgánica. La sustancia debe cesar en su actividad para dejar un espacio donde despierta la vida consciente y la conciencia de uno mismo. Este desgaste a la vitalidad es compensado por procesos de autocuración, tal como ocurre durante el sueño. El que la actividad anímico espiritual conciente se interrumpa durante el mismo, debería ser reveladora de que lo espiritual no corresponde a procesos biológicos naturales sino “sobrenaturales”; en caso contrario continuarían sin extinguirse, como ocurre con la respiración o la actividad cardiaca.
Desde esta concepción ampliada del hombre pueden caracterizarse dos formas de enfermar.
Una es aquella en que el sentir como actividad del alma se amplía y profundiza. Tal es el caso en que se siente dolor, desazón. Estando sano los sentimientos quedan más o menos libres en la vida del alma. En la enfermedad el sentir se profundiza, desciende en lo orgánico. Es posible percibir un organismo suprasensible responsables de estas diferencias de actividad, al que se denomina cuerpo astral. Aquí se lo observa sumergido más profundamente en el organismo respecto del estado normal.
También el pensar, como actividad espiritual del Yo humano, tiene una base física a la cual está levemente ligado. Si este vínculo aumenta en intensidad se produce una enfermedad paralítica con atonía o cese de las actividades orgánicas. En este caso la parte afectada deja de ser reconocida como propia, se convierte en algo ajeno (como ocurre en un miembro paralizado y en la insuficiencia de cualquier órgano). Una de las causas de enfermar se debe entonces a una unión exagerada de lo anímico-espiritual con el cuerpo. Aquí los procesos de autocuración – de los que el sueño es un ejemplo – resultan insuficientes. Curar consiste en disminuir la intensidad de ese vínculo.
La segunda forma de enfermar es aquella en que el ser anímico- espiritual no llega a vincularse con el cuerpo físico. Éste entonces, valga la paradoja, intensifica los procesos sanos, aumenta en vitalidad propia. Aparecen congestiones, inflamaciones. La vida conciente se opaca o disminuye (como ocurre durante la fiebre). Es posible percibir la causa de ello en un organismo suprasensible que se denomina cuerpo vital o etérico; en él se basan la vida y la salud. En este caso la curación consiste en un tratamiento adecuado para este cuerpo etérico.
Por lo tanto las verdaderas causas de la enfermedad residen en la esencia de la constitución del hombre. El ser humano es un enfermo; y no sería hombre, es decir, ser de cuerpo, alma y espíritu, si no hubiera de enfermar. Las demás causas son simplemente efectos visibles de esas causas suprasensibles.
Marta Miguel – Antroposofía y Medicina