La capacidad de los niños para jugar parece ir disminuyendo cada vez más, y las personas que estamos cerca de la infancia observamos y notamos que se va desvaneciendo su iniciativa para jugar.

Podemos pensar: ¿Qué es lo que el niño pequeño quiere al venir a este mundo? Quiere vivenciarlo, quiere explorar su cuerpo, aprender a dominarlo y con él, explorar el mundo circundante. ¡Todos sus sentidos están para esta hermosa y seria labor! ¿Cómo podemos ayudarlos en esta misión?

Veamos el espacio en que sucede el juego y su herramienta: los juguetes. Así podemos crear un ambiente adecuado, y se puede conseguir algo muy hermoso con entusiasmo y fantasía.

El elemento de la casita es una envoltura que no debería desaparecer del espacio de juego de los niños, son suficientes unas telas rectas de un solo color para hacer un refugio. Si se cuelgan, ya es una tienda. Con telas los niños se envuelven, se disfrazan para jugar introduciéndose en otras personas y roles que imitan, o también envuelven sus muñecos para arroparlos. Son un juguete inagotable.

De vez en cuando quieren los niños experimentar el peso y conocer los materiales, y las texturas de sus juguetes. Así podemos ofrecer distintas experiencias (maderos, piedras, raíces, caracolas de mar, semillas); materiales tan retorcidos dan el regalo de conseguir probar el equilibrio y la estática, y también experimentar la fragilidad de algunos elementos.

Tener una alfombra donde jugar es el escenario de inimaginables sucesos que van surgiendo del maravilloso y mágico mundo interior de la fantasía infantil.

Hay reglas de oro que debemos tener presentes como adultos que acompañamos estos procesos. “Pocos juguetes, mucha fantasía”. Se pueden ir rotando para generar un descanso, por un tiempo, y luego volver a aparecer en una ocasión especial.

Un elemento que acompaña la infancia es la muñeca, que se pueda vestir, peinar, pasearla, que sea lo suficientemente compacta para que se pueda sentar y con escasos rasgos marcados en su rostro para que aflore la fantasía.

Los niños también “quieren trabajar”; el representar profesiones es un mundo inagotable de oportunidades de juego, se asombran y les genera emoción el ser bomberos, médicos, maestros, carpinteros, todo lo que les incite imitar.

Por otro lado, la naturaleza también se suma como una noble compañera de juego. Los niños aman mirar las estrellas, la luna y sol sintiendo una gran alegría, entusiasmo y asombro.

Tierra y agua traen un despliegue de fantasía, donde pueden aparecer pasteles, se hacen castillos, se pueden hacer carreteras para jugar con autos. El barro es un elemento maravilloso y lo podemos ver en sus rostros sonrientes.

El aire nos trae el lograr subir un barrilete hasta el cielo, o ver como giran las hojas o plumas empujadas por nuestro aliento al soplar. A campo abierto los niños libres exploran las leyes de la naturaleza con todo su cuerpo.

El fuego es una vivencia que generalmente se evita con los niños pero, como adultos, podemos acompañarlos en el aprendizaje de poder encender y a apagar la velita para el cuento en las noches o en el momento de los alimentos en la mesa. Así los acercamos con cuidado al mundo real y así aprenden a vivir con los elementos de la naturaleza. No es apartarlos de los elementos, es mostrarles un espacio, un momento y un uso adecuado.

Simplemente acompañaremos a los niños con el “estar presentes con entusiasmo”, no necesitamos darles una ocupación o una indicación de juego. El estímulo al juego va a surgir si cuidamos el entorno con juguetes sanos y de material noble.

Hay tres momentos en el jugar, todos igualmente importantes. El primero, es la preparación del espacio donde queremos que suceda y los elementos que el niño usará. El segundo, es velar por mantener el buen clima en el juego, tener un tiempo y ver cuándo y dónde se puede intervenir. Y el tercero, es el anticipar el momento final del juego, prever el momento del orden, que las cosas vuelvan a su lugar y así cerrar la energía que se movió con esta actividad.