
Es la prolongación de la luz de la Pascua y se celebra 50 días después de ésta. En Pentecostés nos preparamos para recibir la luz Crística que penetra nuevamente en el corazón de la tierra y de la humanidad.
La celebración de Pentecostés ayuda a sanar la aflicción y angustia que vive en este siglo el alma humana. Esta fiesta trae la luz y liberación que nos da una presencia espiritual que desciende a la tierra, el Espíritu Santo que derrama sobre nosotros su verdad.
Los símbolos que acompañan esta celebración están representados por la paloma como el Espíritu Santo, que desciende a la tierra trayendo mensajes de amor.
Fuente del texto y de la imagen: https://www.facebook.com/escuelatallersophia/posts/1717302271882782/
Cuento de Pentecostés
Érase una vez un rey que tenía trece hijos. Un día, los doce mayores partieron a buscar fortuna, pero el decimotercero se quedó en casa. Era demasiado joven para acompañar a sus hermanos.
A lomo de doce hermosos caballos, los doce hermanos se fueron a cabalgar por el ancho mundo. Llegaron a un país que estaba cubierto por todas partes de rocas y cantos, piedras y guijarros. Allí vieron a una anciana que estaba sentada en el suelo, frotándose las rodillas. Pero los doce príncipes estaban tan atareados guiando a sus caballos por entre las piedras, que no tuvieron tiempo de hablar con la anciana. Siguieron cabalgando y llegaron a un país que estaba cubierto por todas partes de estanques y charcas, pantanos y ciénagas. Allí vieron a una anciana que estaba metida hasta la cintura en un pantano. Pero los príncipes estaban tan atareados guiando a sus caballos por entre las aguas, que no tuvieron tiempo de hablar con la anciana.
Así pues, siguieron cabalgando, y llegaron a un país donde el viento y el aire soplaban y corrían de tal modo, que tuvieron que sujetarse los sombreros y los trajes, y hasta tuvieron que retener a sus caballos para evitar que se volaran. Vieron a una mujer que venía precipitadamente, casi volando, con las faldas por encima de la cabeza y agarrada a un paraguas vuelto del revés. Parecía como si en cualquier momento la anciana fuera a desaparecer en el cielo. Pero los doce príncipes estaban tan atareados guiando a sus caballos a través del viento, que no tuvieron tiempo de hablar con la anciana.
Siguieron cabalgando y llegaron por fin a un castillo. Las paredes se desmoronaban, las piedras tambaleaban, todo el castillo parecía estar sujeto por la hiedra que lo cubría por todas partes, incluso trepaba por las ventanas. Los hermanos estaban sedientos después de tan largo viaje y fueron a sacar agua del pozo del patio. Pero el pozo estaba seco, y no pudieron sacar ni una gota para apagar la sed. Entraron en el castillo. Estaba muy oscuro a causa de la hiedra que cubría las ventanas, y además estaba húmedo y casi no se podía respirar. Intentaron abrir las ventanas, pero estaban roñosas y no se podían mover. El hermano mayor rompió un cristal, pero la contraventana se cerró de golpe y la oscuridad se hizo casi total.
Los príncipes entraron en el salón de los banquetes. Había una larga mesa preparada con comida y bebida, decorada con flores blancas y doradas, y doce velas. Los platos y las copas eran de oro. El rey del castillo estaba sentado en su trono presidiendo la mesa, y llevaba una corona de oro, pero estaba profundamente dormido. Los príncipes intentaron despertarlo pero no pudieron. Todo estaba tan oscuro que casi no podían ver lo que hacían. Intentaron encender las velas, pero éstas tan solo chispearon un poco, y se apagaron. Entonces se sentaron a comer en la oscuridad. Pero antes de que pudieran probar bocado empezaron a adormecerse, poco a poco, y cada vez más, hasta que quedaron profundamente dormidos.
Ahora que los doce príncipes no podían volver a casa, el hermano más pequeño acudió a su padre, el rey, y le pidió permiso para ir a buscar a sus hermanos. Al principio el rey no quiso, porque no quería separarse del único hijo que le quedaba, pero finalmente se lo concedió.
Llegó a un país que estaba cubierto por todas partes de rocas y cantos, piedras y guijarros. Allí vio a una anciana que estaba sentada en el suelo frotándose las rodillas. El joven príncipe detuvo su caballo y preguntó:
¿Puedo ayudarla?
Ay, dijo la anciana, me he caído y me he hecho daño en las rodillas.
El príncipe desmontó de su caballo inmediatamente y vendó las rodillas de la anciana. La subió a caballo y la llevó a su casa. Entonces la mujer le dio las gracias y dijo:
Coge este puñado de arcilla. Con él podrás reparar cualquier piedra rota.
El príncipe guardó el bonito regalo cuidadosamente, dijo adiós a la mujer y prosiguió su camino.
Llegó entonces a un país que estaba cubierto por todas partes de estanques y charcas, pantanos y ciénagas. Allí vio a una anciana que estaba metida hasta la cintura en un pantano. El joven príncipe detuvo su caballo y preguntó:
¿Puedo ayudarla?
Ay, dijo la anciana, me he hundido en esta charca y no puedo salir.
El príncipe desmontó de su caballo inmediatamente, y fue chapoteando y saltando de un lado a otro hasta que llegó hasta donde estaba la anciana. La subió sobre sus hombros y cuando la hubo dejado sana y salva, la anciana le dio las gracias y le dijo:
Toma esta pequeña botella de agua. Con ella podrás apagar mucha sed.
El príncipe guardó cuidadosamente la botella, dijo adiós a la anciana y prosiguió su camino.
Después de mucho viajar, llegó a un país donde el viento y el aire soplaban y corrían de tal modo, que tuvo que sujetarse el sombrero y el traje, y hasta tuvo que retener a su caballo para evitar que se volara. Vio a una mujer que venía precipitadamente, casi volando, con las faldas por encima de la cabeza y agarrada a su paraguas vuelto del revés. El joven príncipe detuvo a su caballo y preguntó:
_ ¿Puedo ayudarla?
Ay, dijo la anciana, no puedo detenerme.
El príncipe corrió tras ella y antes de que viniera otra ráfaga de viento, la agarró fuertemente y la dejó a cubierto en una torre cercana. Entonces la anciana le dio las gracias y dijo:
Toma esta pequeña lámpara de aceite. Su luz te permitirá ver donde quiera que estés.
El príncipe guardó el regalo, dijo adiós a la anciana y prosiguió su camino.
Finalmente llegó a un castillo. Las paredes se desmoronaban, las piedras se tambaleaban, todo el castillo parecía estar sujeto a la hiedra que lo cubrían por todas partes y que incluso trepaba por las ventanas. Entonces se acordó del regalo de la anciana y sacó el puñado de arcilla. Untó un poco sobre la primera piedra e inmediatamente quedó reparada. Continuó llenando agujeros con el pedacito de arcilla hasta que todas las piedras del castillo estuvieron fuertes y bonitas.
El príncipe tenía sed y fue al pozo del patio, pero estaba seco. Entonces se acordó del pequeño regalo de la mujer y sacó la botella de agua.
Vertió el contenido dentro del pozo e inmediatamente empezó a salir agua y más agua, hasta que el pozo estuvo lleno, y el agua volvió a correr. El príncipe se inclinó, bebió el agua viva y su sed se apagó.
Entonces el príncipe entró en el castillo. Estaba húmedo y casi no se podía respirar, y además estaba oscuro a causa de la hiedra que cubría las ventanas. Se acordó del regalo de la anciana y sacó la pequeña lámpara de aceite. Ésta brilló e iluminó su camino hasta llegar al salón de los banquetes. Allí encontró a sus doce hermanos sentados alrededor de la mesa, profundamente dormidos, y al rey del castillo presidiendo la mesa y también profundamente dormido. Intentó despertarlos, pero no pudo; no hubo palabra ni caricia capaz de moverlos. Entonces vio entre los platos, las capas de oro y las flores blancas y doradas, las doce velas. Con la ayuda de la lámpara de aceite el joven príncipe las encendió una por una. Y cuando hubo encendido todas las velas, las ventanas se abrieron y a través de una de ellas entró volando una paloma blanca como la nieve que se posó en el hombro del joven príncipe. Entonces los doce hermanos y el rey se despertaron. Se levantaron para dar la bienvenida al decimotercer príncipe y le dieron las gracias por haberles librado de su encantamiento. Comieron y bebieron todos juntos y los trece príncipes regresaron a casa junto a su padre, donde hubo mucha alegría.