
Dadas las circunstancias particulares que nos ha traído este año, nos suelen venir preguntas ¿Cómo creo un espacio seguro en medio de todo esto?, ¿Cómo puedo estar con mis hijos sin miedo? Hemos escuchado y sabemos también que como adultos somos el ambiente del niño, si buscáramos una imagen serían como una semilla, cada semilla necesita un ambiente adecuado para que se desarrolle y despliegue todo lo que hay en su interior. Cada niño, cada niña, trae consigo lo que necesita para cumplir su misión.
Recordando nuestra visión hacia nuestro interior, es ahí donde comienza el camino para poder acompañar al niño, no es mentir y decir que no tenemos miedo ante los acontecimientos o frente a lo que va a venir; como adulto puedo generar una fuerza en mi interior de calma, fuerza y coraje para poder superar las situaciones, puedo buscar momentos de silencio para calmarme, meditar (cada persona tiene su concepto y actividades con respecto a esta palabra, lo importante es ir a nuestro interior), podemos hacer el ejercicio de hacer preguntas concretas y genuinas al mundo espiritual para la resolución de nuestras dudas y confiar de que de alguna manera la respuestas siempre llegan.
Tenemos una fuerza de pensamiento e imaginación que podemos utilizar en crear imaginaciones que nos sanen, que sean saludables, dando más espacio a mis ideas amadas, a mis fortalezas, a mis certezas. Crear imaginaciones
que luego yo pueda ir llevando a actos, pero actos que parten de un nutrido proceso interior. Recordemos la máxima en la infancia “el mundo es bueno”. Sin que lo verbalicemos, el niño se va nutriendo de nuestros logros internos, porque ellos están unidos a los adultos que lo rodeamos y su fuerza y entrega en la imitación también cubre espacios que a veces ni imaginamos. El niño puede sentir que el adulto intenta manejar las situaciones, que va hacia adentro y que se va haciendo fuerte. Con respecto al trabajo que podemos hacer en casa, según las condiciones que nos rodeen son claves que no sólo van a servir para tenerlas presentes en estas circunstancias sino verlas como pilares fundamentales sobre todo en el niño del primer septenio. Podemos aprovechar el regalo de tener tiempo en casa con los niños.
En la infancia necesitamos “tiempo”, tiempo para que el niño pueda desarrollarse con la mirada amorosa del adulto, estar disponibles en tiempo de calidad para ellos, tiempo para practicar con ellos cosas tan aparentemente sencillas pero que le van a ayudar a hacer las bases de su vida y la confianza para que en el futuro salga a explorar el mundo.
El ritmo diario, lo secuencial, predecible, reconocible como rutinas que hacemos en casa, repetidas con un sentido, van dándole a los niños una cualidad y una ubicación temporal y espacial; le dan la confianza de que todo está en orden, hacer cada día cosas nuevas sin que el niño las pueda repetir, generan una inseguridad, desorientación, una incertidumbre, una duda de saber ¿Y qué vamos a hacer hoy?. Lo más recomendable es hacer una serie de actividades diarias que el niño pueda reconocer, porque han sido sostenidas en el tiempo, así las pueden vivir, las puede explorar y eso le da confianza. Es seguridad en el entorno que va ir creciendo, que la vive en el presente y la vivirá como fruto en su vida futura.
El movimiento, es una necesidad en la infancia, necesitan explorar su cuerpo, sus sentidos y relacionarlo con el mundo circundante, que experimenten, que exploren, que vean como resuelven situaciones ellos solos. Se pueden armar escenarios en el caso de las familias que viven en apartamentos donde con sillas, mesas se haga un circuito donde pueda el niño hacer cuevas con telas, hacer un espacio de resguardo, luego hacer un subir y bajar, moderado y seguro, revisado previamente por el adulto.
El sueño, el ritmo y el movimiento ayuda al buen sueño, al buen dormir, al descansar y sentir una revitalización, el buen dormir da alegría, ganas de hacer las cosas, de emprender el día con una actitud diferente.
Alimentación, podemos invitar al niño que participe con su ayuda a hacer la comida y ahí es el escenario para que vayan probando los olores, colores, sabores, texturas de los alimentos; por ejemplo si mientras cortan la fruta del desayuno llevan a su boca un trozo de manzana, de zanahoria. Así él va siendo participe del proceso y no solo va a esperar en la mesa que le sirvan el alimento y luego diga “no me gusta”, porque el niño se va a ir alimentando desde el mismo proceso, eso es darles un rol más activo (seguramente al principio el adulto pueda vivirlo como un caos en la cocina, ya que el niño está aprendiendo a manejar su motricidad; pero luego procesualmente ese caos se ordena ), recordemos que estamos con el niño hoy, pero estamos creando el adulto del futuro. El amor, somos realmente importantes para el niño, el amor es poder amar al niño en todo momento aún si necesita de nosotros un “limite”, es amarlo incondicionalmente.
El amor forma parte de una de las envolturas que tratamos de generar en pos de trabajar para las fuerzas vitales del niño. La envoltura más perfecta se forma mediante el calor, en todos los ámbitos:
- En el ámbito físico ofrecemos vestimenta y habitaciones cálidas.
- En el plano anímico tratamos que nuestro amor sea verdadero y no forzado. Ese amor, que fluye en el medio ambiente “empolla” literalmente las formas de los órganos físicos.
- En el plano espiritual se genera envoltura – calor cuando en el pensar impera la sabiduría, cuando nuestros pensamientos participan plenamente de nuestros actos y cuando los actos fluyen a partir del conocimiento del hombre.
Apuntes de conferencia de Helle Heckmann (5 Claves de oro) Y Mariano Kasanetz (Trabajo interior).
“¿De qué manera el trabajo de Jardín de Infancia se conforma en “envoltura” para las fuerzas vitales del niño?” Freya Jaffke