
Para ponerle un poco de humor a la clase de inglés, nació Miss Flower, mi alter ego anglo parlante… Causó gran impacto no solo por sus áureos cabellos, sino también porque no sabe hablar español! Qué desafío para niños y niñas de cuarto y quinto grado!
Ahora seguimos jugando desde casa, para que, al reencuentro, podamos seguir construyendo juntos el camino de hacer un lugarcito en el alma para dejar entrar una nueva lengua, portadora de otra forma de comprender el mundo.
Best wishes,
Miss Flower
Pedagogía Waldorf y lenguas extranjeras
Cada lengua surge de la percepción diferente de cada pueblo, de la imagen que cada pueblo se hace en su alma, de la realidad. Cada lengua es, en definitiva, una perspectiva. Al nacer somos ciudadanos del mundo. Podemos, en potencia, producir todos los sonidos (fonemas) existentes en todas las lenguas humanas. Al cabo de 8 meses, nos hacemos ciudadanos de una nación, a través del poder formativo de la lengua madre. Poder que debemos permitir que actúe con omnipotencia hasta que el cuerpo etérico del niño se emancipa del de la madre y se libera para el aprendizaje. Durante todo el primer septenio, la lengua madre ha de formar los órganos del niño y su identidad, con la unilateralidad propia de su nación. Ha de hacerlo ciudadano de su nación. Solo entonces, estará el niño preparado para hacerse un espacio interior para comenzar a recibir percepciones distintas de la realidad.
Vale recordar el verdadero y más profundo objetivo de la pedagogía Waldorf: toda materia, todo aprendizaje no es otra cosa que una excusa para el encuentro de ser a ser, para que el adulto invite al niño a conocer y amar el mundo que él conoce y ama, y así lo acompañe en el camino de convertirse en un hombre íntegro que amará la Tierra lo suficiente como para querer quedarse en ella y transformarla en concordancia con sus ideales.
Teniendo esto presente, considero que el mayor atributo de la enseñanza de lenguas extranjeras en el segundo septenio es el de ofrecer al alma una nueva visión del mundo, una salida de la unilateralidad de la identidad nacional.
El aprender una lengua extranjera lleva a que todo nuestro ser se estructure con nuevas fuerzas que nos permiten ver el mundo desde otro punto de vista, volviéndonos más flexibles, no sólo en nuestras estructuras de pensamiento, sino también en el ámbito del sentir, llegando esta flexibilidad hasta lo físico mismo. En otras palabras, podemos decir que el yo gana libertad, pues ya no queda atrapado en la forma y cosmovisión de una lengua.
En realidad es el amor a la libertad lo que trae el impulso a aprender lenguas extranjeras, y es el sentir esta libertad lo que en última instancia trae el placer en el esfuerzo. “Sólo un yo capaz de abarcar en sí distintas cosmovisiones, es un yo que podrá abarcar el impulso crístico”[1].
[1] Pérez de Soulages, Diana. Let’s Sing Together. San Miguel Arcángel, Villa Adelina.