
Desde el punto de vista de la antroposofía la muerte de Baldur es el principio del fin, el Ragnarok que representa el fin de los poderes divinos, el fin de la clarividencia.
En la vivencia anímica del cuarto grado representa el fin de la primera infancia, la caída de un velo, a los 10 años aproximadamente, y el consiguiente encuentro más «crudo» con el entorno. Si bien aún quedan algunos años hasta la adolescencia, el cambio que sucede en el alma de niños y niñas en torno a los 10 años es fielmente retratado en las imágenes de la mitología nórdica en el episodio de la muerte de Baldur, y el Ragnarok que luego se desata.
Los niños y niñas vivencian las imágenes del relato con avidez e intensidad. Y parecen sentir paz en el hecho de que su vivencia interior se vea reflejada en el relato.
Aquí un trecho del relato:
Baldur era el segundo hijo de Odín y hermano gemelo de Hoder, el dios ciego. El más bello y amado de los dioses. No sólo los ases lo amaban en gran medida, sino los hombres y todas las criaturas, ya que él era gentil con todos. Él era el mejor de los dioses y todos lo alababan; era tan hermoso en sus facciones y tan brillante, que la luz se proyectaba de él. Hay una hierba que es tan blanca que se compara a sus cejas. Era el más sabio de los ases y el que mejor hablaba y con más gracia, de tal forma que nadie podía contradecir su juicio. Todos coincidían en que no había lugar más hermoso que su palacio, Breidablik («brillante»). Su techo era de oro y pendía de columnas de plata maciza. El palacio en sí era una larga extensión vacía y, sin embargo, pura. Se dice que nada malo, falso u oscuro podía atravesar su puerta. Allí habitaba junto a su esposa Nanna y su hijo Forseti, dios de la justicia.
Nada parecía oscurecer la perfecta felicidad en que vivía este dios. Sin embargo, por las noches, terribles pesadillas empezaron a acosarlo. Su madre Frigg, que sabía leer los sueños, vio que su amado hijo iba a morir.
Para descifrar los sueños de Baldur, Odín, montado en su caballo Sleipnir, descendió cabalgando a Hel. Allí, en el lado poniente del oscuro reino, dijo entonces unas palabras mágicas que provocaron que, desde el fondo de un túmulo funerario, se levantara de la tumba la poderosa völva («vidente») Wala. Ella se quejó, porque Odín intentaba obligarla a descifrar el sueño de su hijo. Sin embargo, la hechicera lo hizo con palabras oscuras, pues estaba cansada y quería regresar a la muerte. El Padre de los Dioses le preguntó cuál de los dioses sería el próximo en morir y ella respondió: «Es Baldur, el muy noble, quien es el siguiente que vendrá a Hel, y Hoder, su hermano ciego, será el instrumento de su muerte». Baldur no era un guerrero, por lo que tras su muerte sería enviado a Hel, no a Valhalla. Del resto, lo único que Odín pudo entender fue que la muerte de Baldur sería el preludio del Ragnarök, el ocaso de los dioses.
Cada vez el sueño de Baldur se veía más y más turbado. Noche tras noche, se echaba en su cama moviéndose inquieto, dominado por espantosas visiones de oscuridad. Las pesadillas duraban tanto tiempo y se alargaron durante tantas noches que empezaron a hacerle mella. Este dios, que solía ser el más alegre de todos ellos, acabó por convertirse en un ser obstinado y deprimido que se paseaba por Asgard sin hablar con nadie. Los dioses empezaron a preocuparse seriamente, y se reunieron en el Gladsheim para discutir el problema. Hicieron una lista nombrando todos los medios posibles que podrían matar a Baldur. Cuando estuvo terminada la lista, Frigg la cogió y la llevó a cada uno de los rincones de los nueve mundos, haciendo prometer a cada uno de los que estaban en la lista que no le harían daño a su hijo. Todos juraron: hombres, gigantes, enanos, elfos, fuego, agua, viento, rocas, animales, plantas, madera, metales. Todos excepto el muérdago, esa pequeña planta amarillenta que crece sobre las ramas de los álamos. Frigg pensó que era demasiado joven para jurar.
Pero Loki vio esto como una oportunidad de vengarse de los dioses por haber desterrado a sus hijos: el gigantesco lobo Fenrir, la mounstruosa serpiente Jörmungandr y su insidiosa hija Hela. Decidió matar a Baldur. Durante mucho tiempo vagó por todo el mundo en busca de algo que no hubiese prometido no lastimar a Baldur o que rompiese su promesa, y cuando por fin perdió su esperanza, pues no encontraba nada, decidió acudir a la propia Frigg en busca de respuestas. Loki se disfrazó como una anciana y se dirigió a Fensalir ante la diosa Frigg, y no cesó de molestarla hasta que le reveló que la única cosa que no le prometió no lastimar a su hijo fue el muérdago: «Al oeste de Valhalla crece un pequeño arbusto llamado muérdago. No le pedí su juramento, pensé que era muy joven para tomarlo». Loki salió y se dirigió al bosque, cogió una gran rama de muérdago e hizo una flecha de ella.
Regresando a la compañía de los dioses, Loki los encontró en Gladsheim, lanzando todo tipo de proyectiles contra Baldur. Flechas, dardos, hachas, espadas, nada dañaba al amado dios. Todos los dioses reían complacidos, menos el dios ciego Hoder, hermano de Baldur. Loki le preguntó por qué no estaba con los demás dioses, participando de sus nuevas diversiones. Hoder contestó que no tenía nada que lanzarle a su hermano y que tampoco podía ver hacia donde disparar. Loki le entregó la flecha de muérdago y le indicó en qué dirección arrojarla.