El obesrvatorio fue la excusa perfecta. Cierre de la época de astronomía que tuvimos en agosto.

La cita estaba dada para el martes 10 de octubre a las 8am en la estación de Benavidez, para allí tomar el colectivo 15 semi rápido que nos dejaría en Parque Centenario. Cada uno debía traer su tarjeta SUBE cargada. Si bien viajaríamos todos juntos, nos separamos en grupos con distintos referentes adultos para tener una mejor distribución y organización. Cuentan algunos, que tal era la ansiedad, que se despertaron antes que el sol…

Pero hasta que llegamos todos y nos organizamos, perdimos el horario ideal de salida. Recién a las 9 llegó el siguiente semi rápido. Subir fue una emoción enorme. Cada uno y cada una pasando su tarjeta. De pronto se los veía más grandes, dejando atrás el cobijo de madres y padres, la comodidad de sus vehículos, el mundo conocido de Maschwitz, del barrio, de los amigos de siempre.

El observatorio era la excusa. Muy válida, hermosa experiencia. Su telescopio del año 1884, la observación del movimiento en la bóveda celeste, y más. Pero lo más importante fue el viaje. Como una iniciación a la pubertad, el primer paso a la autonomía en el mundo. Dos horas demoramos en llegar, luego caminar por la ciudad, escuchar con atención. Y para cerrar: almuerzo en la pizzería «Imperio». Programa completo.

Sin embargo, la aventura no había terminado aún. El regreso, tan largo como la ida, y encima parados ya que a la ida habíamos tomado el colectivo en la terminal. Qué experiencia inolvidable!

Regresamos agotados pero triunfantes. Todos un poquito más valientes, seguros, crecidos.

Los días siguientes lo atestiguan: en el aula reinó una calma poco usual. Un destello de los hombres y mujeres que un día serán.

El observatorio fue la excusa.

Orgullosa y agradecida, maestra Florencia

(y con la salud a cuestas!)