En tiempos muy lejanos vivía un rey que se llamaba Asportuma. Su reino era inmenso y abarcaba montañas, llanuras y mares. Pero el rey no podía ver la belleza de su reino porque se había quedado ciego y él soñaba con contemplar el verde azul de sus mares, la vegetación de sus valles y montañas, saber cómo eran sus súbditos y sobre todo ver los rostros de sus tres hijos. Ningún médico había podido curar su mal.

Pasaron unos años y el rey se resignó a la idea de ser ciego, cuando un día apareció un anciano ante las puertas del palacio y les pidió a los guardias que lo dejaran pasar, pues traía un remedio para la vista del rey. Los guardias, lo dejaron entrar y lo llevaron ante él. El viejo se arrodilló, y mirándolo a los ojos le dijo: «Majestad, usted puede curarse con la milagrosa flor del lirolay, pero tengo que advertirle que es muy difícil encontrarla. Sólo la ven las personas buenas y generosas, y para encontrarla tienen que ir a las
montañas por donde se levanta el Sol».

El rey tenía tres hijos. Los llamó y les dijo –Hijos míos, este anciano dice que para curarme hace falta la flor del lirolay. Vayan a buscarla y tráiganmela. Al quien me traiga la flor del lirolay, le daré mi corona y lo haré rey como premio. Al día siguiente, al salir el sol, los tres muchachos partieron juntos, buscando la flor misteriosa.

Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual uno de ellos. Se marcharon con la promesa de reunirse allí mismo el día en que se cumpliese un año, no importaba el resultado de la búsqueda.

Un día el joven príncipe oyó la voz de la Pachamamma, es decir, de la Madre Tierra, diciéndole que entrara en la selva. El chico, que la respetaba, la obedeció. Fue muy difícil para él penetrar en esa vegetación densa y peligrosa, llena de seres que querían hacerle daño. Una vez en la selva todo se iluminó a su alrededor. La luz la despedía una flor muy roja que tenía una perla en el centro. El chico supo que era la flor de Lirolay, se acercó a ella y la tomó con manos temblorosas.

Al poco tiempo, llegaron los tres hermanos al punto de encuentro. Cuando los hermanos mayores vieron llegar al pequeño con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista le iba a dar al joven fama de héroe y además conseguiría la corona. La envidia hizo que se pusieran de acuerdo para matarlo.

Poco antes de llegar al palacio, se alejaron un poco y cavaron un hoyo muy profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor de lirolay, cubriendo de tierra el agujero.

Llegaron al palacio presumiendo de su hazaña. El rey tomó la flor. Frotó sus ojos con ella y de repente pudo ver. ¡Estaba tan contento! Miraba por todas partes y vio que no estaba su hijo menor. –¿Dónde está su hermano? – les preguntó a sus hijos mayores. –No sabemos, estará perdido. Después del primer día no lo vimos más– mintieron. El padre estaba muy triste sin su hijo, pero como había prometido, dividió el reino entre los dos hijos que le trajeron el remedio.

Del cabello del príncipe enterrado brotó un frondoso cañaveral. Un pastor que pasaba por allí con su rebaño, cortó una rama para hacer una flauta. La cortó, la limpió, e hizo los agujeros para tocar, pero cuando la tocó, no salió música sino una voz que cantaba:

-No me toques pastorcito, No me toques por favor. Mis hermanos me mataron Por la flor del lirolay!

La fama de la flauta mágica llegó a oídos del rey que quiso probarla.  Cuando la tocó, salió la voz de su hijo menor que decía:

– No me toques por favor. Mis hermanos me mataron ¡Por la flor del lirolay!

El rey se puso pálido. Mandó a buscar a sus hijos mayores y cuando tocaron la flauta oyeron:

-No me toquen mis hermanos, No me toquen por favor. Ustedes me mataron Por la flor del lirolay

El pastor los llevo al cañaveral donde había cortado la caña. Cavaron al pie y el príncipe vivo todavía, salio desprendiéndose de las raíces. El rey condenó a muerte a sus hijos. El joven príncipe, no solo los perdonó, sino que consiguió que el rey  los perdonara.

El joven consiguió ser rey y su familia y su reino vivieron largos años de paz y abundancia.