
Yo no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde,
a mares sin esperanza.
Miro al oriente, al poniente,
miro al sur y miro al norte.
Toda la verdad dorada
que cercaba al alma mía,
cual con un cielo completo,
se cae, partida y falsa.
Y no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
Juan Ramón Jiménez
Estío / Segunda antología poética
Observemos “el séptimo curso. En él encontramos una única lección principal, una que cuenta con estados de ánimo como contenido explícito: desear, asombrarse y sorprenderse. ¿Por qué deben ser parte de la educación de un niño los estados de ánimo? Y, ¿por qué concretamente en séptimo?
En el plan de estudios de lecciones principales de la pedagogía Waldorf, el cual consta de doce años, el séptimo curso marca el paso al otro lado de la mitad del camino. Se ha trazado una línea divisoria, pero si nos damos la vuelta aún podemos alcanzar a ver un tiempo de infancia pura en el que, tomando una referencia de la historia del arte, el cielo aún era dorado.
Hasta la época de Giotto, el gran precursor del Renacimiento, el cielo se pintaba de dorado, e incluso el propio Giotto volvía en ocasiones a aquel cielo dorado, pero la mayoría del tiempo lo pintaba de azul. Giotto ve que el cielo es azul y lo que ve debajo de este cielo azul está iluminado por luz física, lo que otorga volumen y forma a sus paisajes y a las figuras que hay en éstos. Los cuerpos son bultos debajo de túnicas y sombras proyectadas, y los pies están en el suelo. Todo eso es lo que Giotto ve con su ojo externo; y él pinta lo que ve, ese es su logro revolucionario. Después de Giotto, el cielo dorado, bajo el que el mundo físico aparecía pero solo vagamente, desaparece para siempre. Este mundo, no el siguiente, se hace nítido, cada vez de forma más rápida, cada vez de forma más clara.
No obstante, a pesar de lo revolucionario del cielo azul de Giotto, es solo una primera posibilidad frágil y diáfana, solamente una membrana delgada estirada entre este mundo y el siguiente, con ángeles sobresaliendo en un punto de vista algo torpe. Aunque propaga una luz física, ilumina un mundo espiritual. A pesar de lo sustanciales que son sus paisajes y sus figuras, es a su visión interna a lo que Giotto presta atención: la vida de San Francisco, la vida de Cristo. Ciertamente, en comparación con el realismo alcanzado por artistas del Alto Renacimiento, el trabajo de Giotto es rudimentario. Aún no estamos bajo el profundo cielo azul del horizonte renacentista hacia el que navegarán galeones de tres mástiles en su camino al Nuevo Mundo. El paisaje de otro mundo de Giotto todavía es relativamente plano.
Ni el pintor ni las figuras que pinta captan el mundo físico en detalle, ni tampoco parece que ese sea el objetivo. Los ojos de las figuras, por ejemplo, son fisiológicamente inexactos. Al igual que los ojos del pintor, aún están centrados en un paisaje determinado fundamentalmente por el espíritu, en vez de por las leyes de la perspectiva. Y aun así, los paisajes, las figuras, los rasgos y las expresiones son conmovedoramente personales y están minuciosamente observados.
Giotto vive en ambos mundos: el mundo viejo y espiritualmente empapado de oro glorioso, y el mundo visto recientemente en el que el cielo es azul. Aunque las cautelosas y anatómicas inspecciones de cadáveres están a siglos de distancia, se ha cruzado una brecha: ahora el cielo es azul y la luz de arriba está empezando a revelar el mundo en toda su diversidad.
Así que podríamos decir que el plan de estudios Waldorf es un intento de iluminar, con la luz adecuada, el paso por el mundo del niño en edad de crecimiento, ni prematuramente azul ni regresivamente dorada. Los alumnos de séptimo curso se encuentran en una transición especialmente delicada. Para ellos, el encanto del mundo físico es natural; no sería adecuado mantener a adolescentes en ciernes en el reino del cielo dorado. Ellos están mirando a su alrededor y nosotros somos pedagógicos cuando les brindamos aquello que merece la pena ver y disciplinamos sus nacientes poderes de observación. Es por ello que se incluyen en el séptimo curso la fisiología, la química, la geometría y el dibujo en perspectiva. La ciencia en esas materias se une a la curiosidad científica natural de los estudiantes y les permite materializar sus propias investigaciones del mundo, como hace el propio estudio del Renacimiento.
Pero el atractivo del mundo físico actual con todo su materialismo es extremo. Hoy en día no tienes que ser Magallanes para circunnavegar el mundo, no tienes que ser Galileo para investigar la luna. Todo lo que necesitas es un ordenador con internet. Al final de nuestro milenio, la alternativa al cielo dorado es mucho más peligrosa que cualquier terra incognita, pues está disponible, es ilusoria y atractiva. Los monstruos de las profundidades son reales. No solo el insaciable cuerpo astral acecha en los límites del conocido mundo de la infancia, sino que también los pequeños detalles y el engañoso milagro de la magia electrónica esperan para devorar cualquier «destello idealista» duradero.
El profesor de séptimo curso debe encontrar un balance adecuado entre el creciente deseo de conocimiento sobre el mundo y sobre ellos mismos que presentan los estudiantes y el persistente resplandor del oro de la infancia, que se está desvaneciendo a la par de forma natural e innatural. Parte de esa desaparición es saludable, pero no lo es cuando se elimina sin motivo la luz interna, ese santuario interior: un hecho que sufren incluso los niños más pequeños en la cultura de Technopoly.
La educación Waldorf trata de preservar de forma adecuada la mayor parte de luz interna posible durante el máximo tiempo posible, no porque quiera recluir a los niños en la infancia, sino porque si se cuida esa luz dorada e innata del niño, se cultivan la fuerza del alma y la fuerza del carácter durante toda su vida adulta. Ese fortalecimiento solo es posible si preservamos sin embalsamar, si nuestra preservación no solo permite el crecimiento y la metamorfosis, sino que también los fomenta.
Por tanto, en el séptimo curso, los profesores debemos ser conscientes de que la luz que se abre paso desde la bóveda celeste del cielo revela el tangible mundo físico del aquí y el ahora en el relieve tridimensional, que incluye luz y sombras, volumen y la cualidad del peso. No obstante, la preservación de la luz interna innata y de la vida interna también está presente al mismo tiempo (en octavo, podemos materializar esos fenómenos en nuestro estudio del dibujo en blanco y negro).
Los alumnos de séptimo curso aún participan de la luz dorada, pero se resistirán enérgicamente a expresarlo; es natural. Pero ser pedagógico significa conseguir que lo expresen, porque aquello que se expresa se hace más fuerte. A través del arte de la pedagogía, fortalecemos aquello que ha de fortalecerse trazando formas adecuadas para que los jóvenes experimenten y expresen la tímida y evanescente vida interior. Establecemos una tarea que tiene suficiente «ciencia» en ella como para satisfacer el antojo de los alumnos de séptimo por los fenómenos del mundo, sin permitirles sucumbir a la mundanería superficial. Si hoy conseguimos alimentar la vida del alma del niño, entonces mañana, cuando el niño sea adulto, el estado de ánimo del alma se habrá convertido en la fuerza del alma.
Así que cuando, por ejemplo, enseñamos química en séptimo, debemos alentar el método científico en el que estamos haciendo hincapié mediante la creación de condiciones con las que la vida interna del alumno de séptimo también se vea conmovida por los fenómenos. Vamos a hacer nuestro experimento de química científicamente, por todos los medios. Vamos a observar atentamente. Vamos a ir más allá de esas observaciones descuidadas sobre la quema de la piel, con expresiones como «¡Qué asco!» o «¡Apesta!». En vez de eso, vamos a fijarnos con atención en el proceso de combustión con el máximo detalle que podamos reunir. ¿De qué color es el humo? ¿Qué forma tiene la llama? ¿Cuál es la calidad de las cenizas? Luego vamos a redactar un informe minucioso sobre el experimento. Ahora vamos a escribir una redacción sobre el fuego: sus características, sus utilidades, sus efectos. Vamos a asegurarnos de elaborar una redacción de manera científica, es decir, siguiendo con disciplina un plan, una guía, una estructura objetiva. Finalmente, de todo ese duro trabajo científico puede surgir un poema, pero también debe haber ciencia en él: estructura, ritmo y rima, además de contenido. En cuarto curso, podríamos haber permitido un poema libre; pero en séptimo, debe ser científico, esto es, riguroso en forma y método. Entonces tendremos el interés de los estudiantes y obtendremos poemas sustanciales y disciplinados.”1
La transición del cielo dorado al cielo azul de Giotto es una metáfora hermosa del proceso de transformación que se sucede en la pubertad. El cielo dorado, la infancia que queda atrás. El cielo azul, aquello que vemos delante. Y en ese umbral entre los cielos, los niños deviniendo jóvenes. Qué privilegio ser espectadora y guardiana de tal proceso. ¡Gracias por estos 7 años de cielos dorados! Cielo azul, ¡allá vamos!
Maestra Florencia
1.Extracto de El arte y la ciencia en la enseñanza de redacción por Dorit Winter
En la foto: trabajo de perspectiva y color
